Visitando Extremadura en la VII QDD Nacional
¿Cómo no va a haber mucho que ver en casi 42.000 kilómetros cuadrados? Esto daría para muuuuuuuchos mensajes, pero vamos a procurar ser breves.
BADAJOZ
Su nombre proviene del árabe Batalyaws (que no sabemos qué significa) y se fundó, precisamente, bajo dominio musulmán, en el siglo IX. Esta es tierra de frontera y, como tal, ha tenido su importancia estratégica… y su papel en mil y una guerras. Dependió de Córdoba, tuvo sus tiempos de independencia en los reinos de taifas y allí se construyó (en el año 1169) la Torre de Espantaperros, octogonal y de origen almohade. Luego la conquistó Alfonso IX y se iniciaron las obras de la catedral, que es un edificio un tanto extraño, porque se trata de una catedral defensiva. Ya sabéis: estamos en la frontera y nos peleamos mucho con nuestros vecinos. Luego ocurrieron muchas más cosas en Badajoz: entre ellas, que murió aquí Ana de Austria, porque Felipe II trasladó la corte a Badajoz. Pero, que yo sepa, ningún mosquetero vino aquí a devolverle sus herretes de diamantes.
Con mosqueteros, a lo mejor hubieran sobrevivido más monumentos, porque hubo guerras y más guerras, asedios y demás que se cargaron muchos edificios. Siguen en pie, eso sí, las murallas (bueno, parte se demolió antes de la Guerra Civil) y alguna de sus puertas, como la Puerta de Palmas, que es uno de los símbolos de la ciudad. Y durante la Guerra Civil, otra de las muchas que afectó a la ciudad, tuvo lugar la tristemente famosa Masacre de Badajoz. En el lugar que ocupaba la plaza de toros donde ocurrió, ahora se levanta el Palacio de Congresos (cuyo proyecto estuvo expuesto en el MoMA –sí, sí, el de Nueva York- como ejemplo arquitectónico).
Hay varios edificios interesantes: modernos y antiguos. El MEIAC, que era la antigua cárcel; las casas consistoriales de la Plaza Alta y las casas mudéjares de la Plaza de San José; la Alcazaba que domina toda la ciudad y hasta una reproducción de la Giralda.
Y el río. El Guadiana en el que se bañaban nuestros padres (¡y algún forero también!) y que aparece y desaparece para volver a alzarse con más fuerza cuando llueve. Y la neblina de por las mañanas, que casi sube del agua. El río que divide la ciudad en dos partes, unidas por puentes: el Puente Viejo, que es hermoso y se llama en realidad Puente de Palmas; el Puente Real; el Puente de las Autonomías... Siguiendo el río se llega a Portugal. Pero de Portugal hablaremos luego.
Aquí se puede ver una panorámica de 360º de la ciudad.
La UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1986 porque posee uno de los cascos históricos medievales y renacentistas más completos del mundo. Destacar todo lo que se puede ver de la ciudad daría para mucho: varios palacios, como los de los Golfines, el de las Veletas o el de Carvajal; la Torre de Bujaco; la Iglesia de la Preciosa Sangre (donde se celebra una feria de arte contemporáneo pujante: Foro Sur); las puertas de entrada de la Cáceres intramuros (que nos muestran, entre columnas romanas, un aljibe árabe), como el Arco de la Estrella… Si camináis por Cáceres, observaréis que las torres –hay más de veinte- están desmochadas: lo mandó Isabel la Católica: la única que conserva las almenas es la torre del Palacio de las Cigüeñas. En su interior, el Cristo negro, una talla anónima del XVI que ha inspirado mil y una leyendas. Las mismas que acompañan a la Casa del Mono, de la que no se conoce su origen. En su Plaza Mayor (al lado del Foro de los Balbos) se celebra el Womad, que convoca a artistas de todo el mundo y que fundó Peter Gabriel. En su casco antiguo, tiene lugar todos los años el Festival de Teatro Clásico. Y si os gusta la Prehistoria, se descubren a menudo aspectos muy interesantes de cómo éramos cuando corría el Paleolítico en la cueva de Maltravieso.
Su vida cultural es grande. No sólo por sus varios museos (el de la Concatedral, el Guayasamín, el Museo de Cáceres…) y sus centros de interpretación, sino porque allí también tienen su sede el Festival Pop-Art o el Festival Solidario de Cine Español (con lo más granado de nuestro cine, que acude en cada edición que se organiza). Y recientemente han abierto sus puertas el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear, con la colección de la famosa galerista y todo un hito, y la Casa sin Fin, que programa exposiciones muy interesantes (también de fotografía: de hecho, se inauguró con Joan Fontcuberta).
El año pasado, Mérida celebró el centenario de las excavaciones arqueológicas en la ciudad. Mérida no se entiende sin su yacimiento. Ni sin su pasado romano, visigodo, árabe. Sobre todo, sin el romano. Ver el teatro (entrando por la puerta central, rodeándolo todo) por primera vez es algo que no se olvida jamás. Encima de la scena está Ceres, la diosa de la agricultura: es una reproducción, por supuesto, porque el original permanece en las salas del Museo Nacional de Arte Romano, al lado del teatro y el anfiteatro, uno de los edificios de ladrillo más bonitos que existen en España (y me atrevería a decir que en el mundo), obra de Rafael Moneo y que cumple perfectamente la función principal: dejar que los muros hablen con las piedras. Por debajo, la cripta. Apasionante. Como asistir a una obra en verano, cuando es buena. Si es mala, se pone uno a mirar las columnas y se olvida del mundo.
De los romanos queda mucho aquí. Pero destacamos el acueducto de los Milagros y el puente sobre el río Guadiana. La mejor manera de verlo es desde otro puente, el Puente de Lusitania, que diseñó el arquitecto Santiago Calatrava. Y una de las mejores vistas que tiene es, precisamente, cuando no se ve. En invierno se produce lo que en Mérida se llaman “las nieblas de la mártir” (cuentan que a la mártir Santa Eulalia, patrona de la ciudad, la sacaron desnuda y Dios mandó una niebla espesa que le cubriera el cuerpo): pasear por el puente romano una de esas mañanas es una experiencia mágica. Al fondo, la Alcazaba árabe, que también se puede visitar y que acoge la sede de la Presidencia de la Junta de Extremadura (para que no os equivoquéis de puerta). Más allá, el Templo de Diana. Y el foro romano. También hay un circo, alguna fuente y una presa (romana, por supuesto, la de Proserpina), la Casa del Mitreo y un Museo Visigodo que se va a comenzar a construir ya mismo. Es una ciudad pequeña, muy acogedora, y mira al río.
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