Ja ja ja, qué va. Iba con una calle de mi ciudad y con el rabillo del ojo, me llamó la atención. Estaba dentro de un taller de autos pero muy cerca de la entrada. Por suerte llevo siempre mi querida compacta en la bandolera, entré pedí permiso, y nada, el rapaz que allí estaba encantado de la vida porque me hubiera interesado por esa vieja gloria. Tomé unas cuantas foto y me fui. La pena que lo que hay detrás de la moto sea una insulsa pared, pero, claro, no siempre lo podemos tener todo.
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